El otoño en Pekín

Boris Vian es un caso raro. Además de sus múltiples actividades, músico, crítico, dramaturgo, en lo que respecta a su obra literaria podemos ver también, esa misma multiplicidad. Bajo el seudónimo de Vernon Sullivan, pública una serie de “negrísimas” novelas policiales al mejor etilo norteamericano, pero bajo su nombre real, en el año 1947, sale a la calle, El otoño en Pekín. Fácilmente, uno puede dejarse llevar por la idea de que Vian no es un escritor, sino, al menos, dos. El otoño, es una novela fascinante, casi onírica, absurda, fresca e ingenua, sin ninguna duda, muy adelantada a su tiempo. La historia gira entorno a la construcción de un ferrocarril en el desierto de la “exopotamia”, una región mítica en la novela pero totalmente inventada por el autor. Los personajes, un burócrata llevado a la región por un conductor de ómnibus que perdió la cordura, Ángel, Ana y Rochelle, un trío que aportan el conflicto amoroso a la historia, Atanágoras, el arqueólogo, con un método muy simpático para embalar las piezas que encuentra y que consiste en destruirlas para convertirlas en fragmentos mas pequeños, el abad Petitjean, ministro de una religión parecida a la católica pero absolutamente absurda, el profesor Mascamangas, médico y aeromodelista que solo aspira ir al desierto para probar un modelo de avión y recriminar a su discípulo la mala praxis ejercida por este a una silla enferma, y muchos otros secundarios que aportan su cuota de absurdo a la trama. Después de todo, y hay que decirlo, la novela nada tiene que ver con el otoño ni con una ciudad de China. Leerla, es encontrarse parado en un lugar entre el sueño y la realidad, constantemente viajando de uno hacia otro. No crean que es simplemente una novela divertida, que de hecho lo es, como buena novela ofrece varias lecturas. Altamente recomendable y muy apropiada para tener idea acerca de ese original personaje llamado Boris Vian.